Mi querido alcalde, antes de comenzar con el texto, tengo que expresarle, se lo digo de corazón, mis mejores deseos en lo referente a su salud. Nuestras discrepancias sociales, económicas, políticas e intelectuales no pueden ocultar mi respeto y designios en cuanto a su persona refiere.
Previo a la exposición de mis propósitos, permítame una serie de aclaraciones que ayudarán a una buena compresión y a ahuyentar eso espero- las malas e insanas interpretaciones. En primer lugar, le advierto de que cualquier referencia a batallas, armas o conceptos relacionados con enfrentamientos, se refieren al campo de lo intelectual, del pensamiento, de las ideas.
Consiéntame, en el ejercicio de mi libertad y amparándome en mi derecho constitucional, que empiece este texto con una cita de Enrique Tierno Galván: "El poder impregna de indiferencia todo lo que no es poder". Sin duda, este es el motivo por el cual usted llama chapa a los problemas de sus ciudadanos. La solidaridad, palabra que a todos nos gusta, no tiene sentido sin el aderezo de la empatía. Jamás será un buen gobernante si no es capaz de ponerse en las pieles de sus gobernados, mucho más si estos son rivales políticos o intelectuales. Solo desde el conocimiento del contrario se pueden armar las críticas oportunas o la búsqueda de acuerdos. Convendrá, con mis postulados, que si consideran los grandes problemas a los que nos enfrentamos como una "chapa ", y puesto que usted es el encargado de administrar y gobernar a aquellos que le exponen chapas, deducirá que usted pasaría, por definición, a ser el "chapista", y por darle el tono romántico que a usted tanto le gusta, permítame la indiscreción de llamarlo, cariñosamente, "el chapista de Hamelin".
Mientras usted hacía gala de una fama inmerecida, sustentada por un sueldo público que no ha sufrido mermas ni castigos durante el tiempo maldito que nos ha tocado vivir, otros perdíamos todo lo que habíamos ganado por derecho, esfuerzo y trabajo, pero ya me ha quedado claro que para usted eso es una chapa.
Algunos gobernantes piensan que la existencia del ciudadano solo cobra sentido completo, cuando son convertidos en los garantes de sus vidas de privilegios y poder; yo creo que los gobernantes tienen sentido en la existencia para garantizar, en este orden, la libertad y seguridad del ciudadano. Ustedes confunden lo último con lo primero, no es el pueblo el que está al servicio de sus propósitos, ustedes son los que están al servicio de los propósitos del pueblo.
A poco que dedique unos segundos en la reflexión, se encontrará conmigo en el siguiente pensamiento: han cambiado los tiempos en los que regía la máxima "el que paga tiene siempre la razón", de la que yo no era defensor. Ahora campa a sus anchas, en el gobierno, otra un tanto peculiar "el que paga solo tiene dos obligaciones: pagar y guardar silencio" ante la que mi posición es más lejana todavía. Por cierto, una máxima que tiene su más alta expresión en la Edad Media y los señores feudales.
Lejos de los aires románticos de sus afirmaciones, pues he de reconocer su capacidad como instrumentos ornamentales y, permítame la expresión, casi plausibles si de un texto literario se tratase, tengo que advertir la confusión en el formato, pues hablé de política, de algunas de las decisiones que usted ha tomado, le hablé de su pueblo en un artículo de opinión y no en una relación epistolar de asuntos personales. Pero permítame usted que sea respetuoso con sus esfuerzos de escriba y haga un ligero análisis de lo allí expuesto:
Afirmar y cito textualmente: "Abrir el sobre cerrado, el aroma a papel y tinta es momento único y la esencia de la carta. Mucho más que el contenido", es tanto como aseverar que en la constitución española lo importante es el papel que sirve como soporte y no los artículos redactados, o, no siendo austero en aclaraciones, como la afirmación de que en el examen de un alumno, el diez, está garantizado simplemente con emborronados y aromas a tintas destinadas a un avispado olfato. Déjeme advertirle, en este punto, que soy un firme defensor del mérito, del esfuerzo de las personas en cualquiera de sus ámbitos. También debo de reconocerle que gustándome los continentes como la causa de las impresiones, pongo todo mi esfuerzo en los contenidos aunque, en ocasiones, estos lleven consigo el deterioro de los primeros.
Señor alcalde tenga usted claro que no soy un necio y sé a las consecuencias que me enfrento con mis escritos. En las batallas, los posicionados en las alturas siempre están beneficiados, más aún, si poseen el monopolio legítimo del poder en todas sus manifestaciones, pero le hablo desde la convicción y ante la que se nos vienen encima. Ha llegado el momento de que algunos al igual que han hecho nuestros sanitarios nos sacrifiquemos, si fuese preciso, por el bien de muchos. La crítica es la luz que ilumina el camino del filósofo, los saberes su mochila. No debería menospreciar con tanta ligereza mi afirmación anterior, aunque he de reconocerle que estoy bastante decepcionado con la calidad y nivel demostrado por esos espadas que se erigen como su guardia pretoriana de las redes sociales. He llegado a la conclusión y en beneficio de evitarle tanto a usted como a sus vasallos el caer en argumentos absurdos y que rozan lo necio que debo de explicarles lo siguiente: soy filósofo porque las leyes educativas y españolas así lo dicen. Soy filósofo por formación, pues durante todos mis años universitarios y gracias a unos profesores de gran categoría aprendí lo necesario para desarrollar mi profesión. Soy filósofo de profesión, pues enseño a mis alumnos la materia, sobre todo disfruto con la de segundo de bachillerato pues es mi especialidad como queda recogido en mi título de cual hay registros. Pero sobre todo soy filósofo por vocación, por actitud ante la vida. Hago de los saberes mi armas y de las reflexiones mis acciones. Por esto nos arrinconan en todas las leyes educativas, no interesamos, gente que piensa y reflexiona sobre lo que hacemos. ¡Qué barbaridad! Sé de buena tinta que a ustedes les gustan más los palmeros que los de mi estirpe. Tenga a buena cuenta no castigarme en demasía, por hacer gala de la misma ironía que se desprende de su entrecomillado y yo no ponga en tela de juicio su profesión ni su título universitario, de haberlo.
Déjeme, en este momento de mi exposición, que ponga de relieve una afirmación de la obra Meditaciones del Quijote de nuestro gran pensador Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". En esta afirmación quedan recogidas todas las motivaciones de mis escritos. Para salvar la circunstancia permítame que quiera estar dirigido por aquellos que a priori parecieran ser los mejores, o aquellos que a posteriori demuestren serlo-¡todavía está a tiempo!-.
Solo los tardos y, permítame la expresión, de la economía son tan necios para pensar que la caída de un gran sector no repercute al resto. La economía es como un castillo de naipes, y en ese castillo, entenderá que en la base están servicios además de, y bendita sea, la agricultura a pesar de la indefensión e injusticias a las que se ven arrojados la mayoría de nuestros agricultores. Además en este contexto barrunto que nuestra sociedad y ante la maldita pandemia no está preparada para que afloren espontáneamente otro tipo de negocios que sustituyan a los anteriores.
Para terminar déjeme que vea colmadas sus suplicas de romanticismo y le dedique unas líneas de mi texto a tales motivos: "a veces, solo a veces, los cambios comienzan con un pequeño susurro lanzado al viento. Un sueño convertido en idea y transmitido en el tiempo. Una cartografía que marca el camino del que se aísla y no cambia sus preceptos, pero recuerde que el mañana es tarde.la historia", mi querido alcalde, solo tiene un lugar reservado para los valientes. O cambia usted sus posiciones o le auguro un triste final para su cuento.
Creo que habrá entendido que soy de los que prefiere vivir un año de pie a toda la vida arrodillado. Tenga claro que mi tintero está rebosante de ungüentos y de aromas.
Por último permítame la indiscreción de un consejo, mande a sus espadas al herrero, sus argumentarios entre insultos e improperios parecen salidos de los creadores de: "los gallos violan a las gallinas" o "los aires acondicionados como micromachismos". Tenga presente que si el fuego es importante en cuanto a la creación, ímpetu y determinación se refiere, no lo es menos el hielo como signo de templanza, moderación y reflexión. Solo juntos, fuego y hielo, dan respuesta a los secretos del acero.
También les rogaría que dejen de encorsetarme en camisas que no me son propias, no me debo a ningunas siglas ni partidos, por más que se empeñen en decirlo. Solo soy esclavo de mi libertad y pensamiento.
Sin otro particular cordiales y atentos saludos.
Juan Francisco Nortes Martínez, filósofo.